Breve historia del chocolate en Estepa: el «Tío del Bigote» y sus colegas

Texto y fotografías: Antonio Rivero Ruiz y archivo

La llegada del cacao a Estepa

Hasta que Achard, un químico alemán, no extrajo con un buen rendimiento el azúcar de la remolacha (1801), ésta tuvo un precio que la hacía inalcanzable a muchos bolsillos. De tal manera que era habitual sólo en las despensas de palacios y casas poderosas, llegando al resto de bocas en la agonía de sus propietarios para endulzarles sus últimos momentos.

Así podemos afirmar, casi con toda seguridad, que la primera visita que hace el cacao en Estepa es al palacio de los Centuriones. Es más, mi amigo Moisés Caballero, que ha inventariado el archivo del Marqués de Cerverales y, en la actualidad, está inventariando el del Marqués de Estepa, ha localizado una partida de chocolateras en los inventarios de este último ya a comienzos del siglo XVIII e incluso, la existencia de la “sala del chocolate” en palacio repleta de cuadros. Lo que indica que desde hacía bastante tiempo ya se venía bebiendo chocolate en aquella dependencia.

Tal vez podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que fue el fabuloso tercer Marqués de Estepa, Adán Centurión, quien introdujo tan dulce costumbre para celebrar los numerosos nacimientos que tuvo fruto del casamiento con su sobrina doña Leonor y los que tuvo fuera de dicho matrimonio.

Fue nuestro personaje, militar, poeta, historiador, pintor, astrólogo, arqueólogo… Con este perfil, no debe extrañarnos su interés por cuantas novedades llegaran del Nuevo Mundo, entre las que destacaba un fruto, el cacao, y la espesa bebida obtenida con él, que un contemporáneo suyo, Antonio Colmenero de Ledesma, médico de Écija, había dado a conocer por todo el mundo con la publicación de su libro Curioso tratado de la naturaleza y calidad del chocolate (1631) y del que ya publiqué su biografía hace años, completando un estudio previo que había hecho mi amigo y gran maestro chocolatero Christian Constant.

Los primeros obradores

Las primeras noticias que he localizado sobre su elaboración en Estepa las he encontrado en el archivo del convento de Santa Clara, en sus libros de cuentas de mediados del siglo XVIII, en los que aparecen continuas compras de cacao para elaboraciones con las que obsequiar a los marqueses de Estepa cuando se encontraban en Madrid y, posiblemente, a otros benefactores pues las cantidades que preparaban superaban con creces las que podían consumir sus monjas. También aparecen partidas para pagar “al chocolatero” que iba al convento a elaborarlo.

Uno de esos chocolateros seguramente sería un hijo de doña Cecilia Rejano “maestro de labrar chocolate” en unión de su hermano, oficial del mismo oficio, o bien Francisco de la Torre, “del mismo estado y oficio” junto con su hijo mayor que era oficial en ello, según las “comprobaciones” del Catastro de Ensenada a mitad del siglo XVIII.

También he encontrado chocolateros en Estepa a lo largo del siglo XIX. Así, he localizado la partida de defunción (1838) de Antonio Téllez “de oficio chocolatero”; en ese mismo año aparece Miguel de Toro, del mismo oficio; en 1846 consta el entierro de un niño, hijo de José de Silva, de la misma profesión; y, antes que todos ellos, hace testamento en 1833 Teodoro Jiménez que declara “me deben diferentes personas algunas cantidades menores procedentes del tráfico de chocolate que he tenido, como consta de los apuntes que conservo”. Incluso consta un comerciante de cacao, Matías del Rivero, que vivía en calle Santa Ana nº 1 y que por su partida de defunción (cedida por mi amigo Jorge Jordán) sabemos que murió en 1845.

Las últimas fábricas de chocolate

Además de las fábricas de las familias Jiménez y Toro que muchos conocimos y de las que me ocuparé al final, existieron otras que, si bien tuvieron poca vida, no merecen pasar al olvido porque mejoraron muchos cantos de pan de las meriendas de los niños estepeños. Por orden de aparición son las siguientes (los años que figuran son de los que he encontrado datos de su existencia en censos industriales):

1.El Gallo.- Propiedad de José Mª Fernández Borrego. c/ Molinos nº 34 (1926-1928).
2.La Andaluza.- Jesús Cáceres F. Montesinos. (1927-1928). Por el mismo tiempo tuvo fábrica de mantecados. Las dos fábricas se las vendió a Felipe González.
3.La Virgen del Pilar.- Felipe González Ledesma (1928-1953).- La fábrica estaba en calle Delicias nº 1 y la venta la hacía por la calle Humilladero, haciendo esquina con Delicias. Después de la guerra civil fabrica con la marca Pilarita ya en la calle Médico Álvarez Muñoz.
4.El Gran Capitán.- José Martín Lasarte.- Plaza del Carmen nº5 (1930-1932). En 1933 ya sólo fabrica mantecados con la marca La Triunfadora.
5.La Victoria.- Enrique Arjona Martínez.- Había comenzado la fabricación de mantecados en 1924 y de 1930 a 1932 fabricó chocolate. Originó una guerra de precios con el resto de fábricas de chocolate.
6.Ntra. Sra. de los Remedios. Hermanas de la Cruz. En su convento (1931). No he podido averiguar nada más, pero tengo la impresión de que está relacionada con la siguiente.
7.El Carmelo.- Eloy Juárez Juárez- Plaza del Carmen nº 6 (1933-1934). Aunque no puedo asegurarlo, creo que la fábrica se la compró a José Martín Lasarte. Después la compró José Luque Manzano (1950-1953) que la dejaría para dedicarse a la hostelería (del hotel El Fuerte). Se la compró la Vda. de José Páez Cordero y fabricó durante poco tiempo.
8.Cañete.- Antonio Cañete Romero. Cardenal Spínola (1937-1950). Había comenzado con fábrica de mantecados (Ntra. Sra. del Carmen) en 1915 y se dedicó a la fabricación del chocolate también en plena guerra civil por la gran demanda que hubo para el ejército.

Estamos ya en una época en la que chocolate baña cualquier rincón del mundo. Su elaboración a brazo se ha sustituido por máquinas movidas a vapor, primero, y por motores eléctricos, después, aumentando así inmensamente su producción y consiguiendo, a la par, un producto más económico que saltaba las tapias de las casas nobles para democratizarse e introducirse en fogones más humildes. Es el tiempo en el que surgen en Suiza, Francia, Alemania, pequeñas fábricas que darían nombre a las grandes multinacionales que conocemos hoy. Estas multinacionales son las que acabarían después, en el tercer cuarto del siglo XX, con todas las fábricas de chocolate pequeñas que había en los pueblos.

El chocolate ya es una bebida usual en todas las clases sociales, al menos en momentos especiales. Como alimento vigorizante que se consideraba, en Estepa, hasta hace pocos años, era frecuente regalar a las mujeres que habían dado a luz unas tabletas de chocolate y también, por toda España, se escuchaba en boca del novio suspirar a su amada: ¡Cuando querrá Dios del cielo y la Virgen soberana que nos lleven a los dos el chocolate a la cama!. Pues era costumbre que los novios desayunaran en la cama después de una agotadora luna de miel y, claro, se les daba la bebida más reconfortante: chocolate.

La familia Toro

José Toro Jiménez tenía su fábrica de chocolate a brazo en la calle Castillejos nº 33, cerca de la casa en que habitaba. Vendía su pequeña producción, hecha con cacaos de Guayaquil, Caracas y Soconusco, en libras o paquetes de 350 grs. con dos tabletas a 3 reales. Pero murió en 1903, a los 65 años, y se encarga de la fábrica Mª Jesús Santander, su viuda, en unión de sus hijos Joaquín y Enrique. Es sintomático que los hijos mayores no fueran chocolateros (Miguel era “tabernero” y José “escribiente”), lo que me hace pensar que, tal vez, su padre hubiera adquirido el oficio no hacía mucho.

Al morir su madre, y ya una vez casados, Joaquín monta su obrador en su casa, en calle Cardenal Spínola nº 18, simultaneando con la elaboración de mantecados hasta la guerra civil. Para aquel entonces ya había muerto su padre y la fábrica sigue elaborando con el nombre de chocolates Vda. de Joaquín Toro, ayudada por sus hijos Miguel y Joaquín junto a sus hermanas Ana Mª Carmen y Concepción, que se encargaban de envolver las tabletas. Una pieza entrañable de aquella fabrica me la regaló su nieta Mª Jesús. La fábrica desapareció al principio de los años 60 del siglo pasado.

Su otro hijo, Enrique Toro Santander, siguió en la fábrica paterna ya trasladada al domicilio familiar, Castillejos 51 y 53, y fabrica, primero, bajo la marca chocolates Enrique Toro, y, después de morir su padre en 1922, sus hijos José y Enrique Toro Silva, en 1928, registran la marca San Enrique, con la que también comienzan a fabricar mantecados en 1951, que les absorbe tanto que deciden cerrar la fábrica de chocolate por los años 60 para dedicarse de lleno a la elaboración de nuestros dulces de Navidad. Labor que siguen realizando al día de hoy Remedios y José Toro Cejudo junto a sus hijos, prestigiando a Estepa con sus marcas La Fortaleza y San Enrique, respectivamente.

El tío del bigote

Si Estepa tuviera que estar representada por sus olores, después de la canela estaría, sin ninguna duda, el chocolate. Y si la representación estuviera basada en su industria, entre los primeros lugares estaría aquella fábrica de chocolate de Rafael Jiménez, aquellas onzas del tío del bigote con su inconfundible sabor que tantos estepeños llevamos grabado en nuestros paladares. Han pasado casi 50 años y todavía recuerdo cómo, cuando mi madre me mandaba por recados “ancá Paco” o a la droguería de Remedios, abría aquel cancel para aspirar gratuitamente los olores que, custodiados por las antiguas bóvedas del palacio del marqués del Oro y su vencida tarima de madera, me hacían cerrar los ojos mientras henchía mis pulmones para recrearme con cada una de sus notas. Veamos como surgió y creció este templo de los sentidos hasta formar parte de la memoria colectiva de Estepa.

Rafael Jiménez Pérez, inmortalizado como “el tío del bigote” por el mostacho con el que aparecía en el centro de cada onza, nace en Estepa en 1867 y, tengo que confesarlo, me ha faltado tiempo para averiguar si sus antepasados ejercían el oficio. En los censos de 1900 aparece viviendo en la calle Saladillo nº 22 y por ese tiempo debió adquirir el ya mencionado palacio del marqués del Oro que unos diez años antes había dejado de ser una vivienda noble para contener el más antiguo oficio del mundo. Lo cierto es que a finales de mil ochocientos nos lo encontramos fabricando con la marca chocolates Rafael Jiménez en calle Castillejos 60 y 62.

Hacia 1915 dejó de fabricar a brazo e introdujo motores eléctricos en la elaboración, con lo que consiguió una gran producción y un mejor precio, mientras él vendía las dos tabletas de 350 grs. a 1,50 pesetas, la competencia las vendía a dos pesetas. Con lo que llegaría una lucha comercial importante y, para evitar que le copiaran, hizo moldes con su cara como signo de identidad, acompañados del siguiente aviso: “Para evitar cualquier imitación, a mis favorecedores ruego muy encarecidamente se fijen en los envoltorios que estos llevan mi retrato, nombre y apellidos”.

Fue un emprendedor que no se detuvo en acompañar la venta de sus chocolates con “canela, clavo Zanzíbar, pimienta negra, madre clavo, cominos limpios, anís manchego, té negro y verde superior, peladillas de almendra…” sino que montó una fábrica de harinas en el comienzo derecho de la calle Toril, y, en 1926, le dio poder a su hijo Manuel, y se marchó a Sevilla a fundar la fábrica de chocolates Virgen de los Reyes.

A su muerte, dos de sus hijos continúan con la fabricación en Sevilla, Manuel se encarga de la fábrica de harinas e Hilario continua con la elaboración de chocolate en Estepa hasta su muerte en 1974, continuando sus hijos Paco y Rafael y su yerno, Rafael Machuca, hasta el 13 de junio de 1986 en que cerró definitivamente sus puertas.

Para hacernos una idea del volumen de producción en una de sus épocas de mayor actividad añadiremos que pasó de facturar 236.957 pesetas en 1947 a 675.582 pesetas en 1952, con producciones de unos 600 kilos diarios.

Su maquinaria salió de Estepa, pero nos hacía muchísima ilusión recuperarlas y, desde hace algunos años, puedo deciros que trabajan en la fábrica de chocolate de La Despensa de Palacio, donde próximamente se podrán ver en el Museo del Chocolate que estamos construyendo y donde estaremos orgullosos y felices de compartir con todos los estepeños no sólo la historia sino los olores del chocolate del “tío del bigote” y sus colegas.